miércoles, 4 de septiembre de 2013

Una pequeña crónica sobre mi cruce involuntario por la Mega Marcha

Ayer en la noche, salí de la oficina tarde, después de un cierre editorial pesado. Cerrar el primer número de una revista siempre requiere muchos ajustes y esfuerzo. Me dormí tarde, viendo las noticias, un poco asustada por el anuncio latente del tráfico infinito causado por la Mega Marcha. 

Tenía una entrevista a las 9 am en la Condesa. Generalmente me toma 20 minutos llegar de mi casa a esos rumbos, pero bajo estas circunstancias me tomó 45. Llegué tarde y estresada, pero hay que mantener la compostura y no descargar nuestras penas con los entrevistados como si nos sentáramos en el sillón de un psicólogo. Al salir, me preguntaron a dónde me dirigía, y le dijes que a Polanco. Él y su asistente me vieron con cara de terror, una mezcla entre lástima y una expresión de "que Dios te bendiga", lo que sea que eso signifique. Entonces el entrevistado, Michel Rojkind, un arquitecto muy amable y como pude comprobar, analítico, me contó que su hija se va a su oficina caminando desde Polanco. Como siempre, la cordura no recae en los adultos, sino en una niña de 10 años. Se me abrió un mundo de posibilidades: en ningún momento había considerado que caminar era la mejor opción.

Somos animales que se desplazan en dos patas, pero nos han enseñado que, e insistimos en, pegarnos en cuatro ruedas al concreto. No queremos darnos cuenta de que la ciudad está cambiando, y existen posibilidades más sanas, ecológicas y menos estresantes que pegarnos al volante.

Entonces llegué a Juan Escutia. Compré un vaso de mango con chilito y emprendí mi recorrido. Luego caminé por el mercado de flores que está en la entrada al bosque de Chapultepec: colores y aromas deliciosos reemplazaban caras histéricas y ruido. Me metí al bosque, y disfruté muchísimo el recorrido: caminé por museos, el lago, la Casa del Lago. Habían patos y ardillas, árboles verdes, un bosque tranquilo, con bicicletas y parejas paseando. 



Salí de ahí muy contenta con mi decisión: entendí que tenemos opciones que van más allá de tocar el claxon con desesperación. Entonces llegué a Reforma, y me encontré con una barricada de policías, que no me dejaron pasar: "ahí andan esos rufianes señorita, y está muy chula, no le vayan a hacer algo", me dijo el poli viéndome, pues no exactamente a los ojos. Me encabroné. ¿Con quién? ¿Con la ciudad por ser un monstruo gigante que nos consume? ¿Con los maestros por bloquear las calles? No, me encabroné con el pinche poli que me estaba viendo con morbo (y no es que yo tuviera un escotazo o algo parecido). Regresé al bosque y un soldado a la entrada me dijo: señorita, se están replegando acá los granaderos, mejor váyase por la calle, no le vayan a hacer algo (se refería a los granaderos). ¿Quiénes son los malos y los buenos en esta historia?, pensé.


Lo consideré unos segundos, regresé a la barricada de policías, y decidí cruzar junto con la marcha (muy organizada y pacífica, por cierto), donde me encontré con sonrisas, gente amable (el frente de Guanajuato se detuvo para dejarme cruzar, sin pensarlo un segundo ni malvibrarse de forma alguna y me dejaron tomarles una foto). Un maestro me preguntó: ¿a dónde va? Le dije que a Polanco, que venía de la Condesa, y muy amablemente me dio direcciones y me regaló una botella de agua que traía en su mochila, y créanme, ese señor había recorrido más kilómetros que yo. 



Entonces decidí dejar de quejarme y poner atención: ¿qué quieren los maestros? Sin duda son ingeniosos, lo demuestran sus cantos: "Gaviota, Gaviota, tu esposo es un idiota". "Si vamos a evaluar, por Peña hay que empezar". Un segmento del Politécnico Nacional se detuvo a contestar mis preguntas. Me explicaron que los diputados no entienden ni qué firmaron, que sólo firmaron porque eso les dijeron que tenían que hacer. Comentaron que no les importa la evaluación, sino que el gobierno los prepare para ser buenos educadores. Ellos estudiaron atentamente la reforma y les parece muy ambigua. Además, a su parecer, si están ahí es porque el gobierno no quiere entablar un diálogo con ellos. No responden a sus preguntas ni escuchan sus peticiones. Si todo fuera tan fácil como mandar una carta y reunirse entre líderes en una oficina, no tendrían la necesidad de plantarse en el Centro. Me dijeron también que no quieren molestar a la gente, aunque están conscientes de que lo hacen, más bien quieren luchar por el único patrimonio que tienen: su trabajo. 

¿Y saben qué? No me pareció nada descabellado. Yo también lo haría si me encontrara en su situación. Y para ser honestos y dejar de voltear la mirada a otro lado, ellos tampoco la están pasando nada bien. No tienen buenas condiciones, ni comida, hace mucho frío, y no hay baños en los campamentos, más que unos cuantos Sanirent para cientos de personas. No creo que todo sea tan blanco o tan negro. (No por nada hay posturas tan extremas como la del periodista Luis Hernández, quien le dijo a Aristegui que "la iniciativa es un retroceso de 100 años en la historia"). Un profesor me preguntó: "¿va a la oficina? Le contesté que sí. "Qué afortunada", me dijo con un dejo de melancolía en los ojos. 


Esta entrada no es para decir que los maestros están bien y el gobierno está mal, ni pienso que soy una experta en el tema ni mucho menos. Escribí esto porque hoy aprendí a reevaluar mi forma de vivir y pensar. Tenemos la elección de cruzar un bosque con patos o pedalear en vez de quejarnos (sé que no siempre es viable tampoco, pero de que hay opciones, las hay). También tenemos la opción de escuchar en vez de voltear la vista hacia otro lado. Hice 28 minutos de la Condesa a Polanco. Si hubiera tomado un taxi, seguramente seguiría tratando de cruzar.

4 comentarios:

  1. Muy bonita tu crónica Daniela.

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  2. Ojala todos nos dieramos el tiempo de escuchar a la otra parte y no solo juzgar sin ver más alla, ojala pudiéramos ponernos en los zapatos del otro.

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  3. muy padre felicidades en verdad!!! por abrir los ojos a lo bello

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